El teniente se hizo a un lado y él entró. La cama estaba
revuelta y el Esclavo pensó de inmediato en la celda de un convento: debía ser
algo así, desnuda, lóbrega, un poco siniestra. En el suelo había un cenicero
lleno de colillas; una humeaba todavía.
- ¿Qué hay? - insistió Huarina.
- Es sobre lo del vidrio.
- Nombre y sección - dijo el teniente, precipitadamente.
- Cadete Ricardo Arana, quinto ano, Primera sección.
- ¿Qué pasa con el vidrio?
Era la lengua ahora la cobarde: se negaba a moverse,
estaba seca, la sentía como una piedra áspera. ¿Era miedo? El Círculo se había
ensañado con él; después del Jaguar, Cava era el peor; le quitaba los
cigarrillos, el dinero, una vez había orinado sobre él mientras dormía. En
cierto modo, tenía derecho; todos en el colegio respetaban la venganza. Y sin
embargo, en el fondo de su corazón, algo lo acusaba. "No voy a traicionar
al Círculo, pensó, sino a todo el año, a todos los cadetes."
- ¿Qué hay? - dijo el teniente Huarina, irritado-. ¿Ha
venido a mirarme la cara? ¿No me conoce?
- Fue Cava - dijo el Esclavo. Bajó los ojos-: ¿Podré
salir este sábado?
- ¿Cómo? - dijo el teniente. No había comprendido,
todavía podía inventar algo y salir.
- Fue Cava el que rompió el vidrio-dijo-. Él robó el
examen de Química. Yo lo vi pasar a las aulas. ¿Se suspenderá la consigna?
- No - dijo el teniente-. Ya veremos. Primero repita lo
que ha dicho.
La ciudad y los perros, Mario Vargas Llosa
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